jueves, 21 de mayo de 2015

Regresemos al pasado

Era un día cualquiera para Begoña, una profesora de Lengua y Literatura de un instituto pequeño localizado en Altea, una bonita población costera. Pero esta se había propuesto un reto: hacerles ver cómo era la vida estudiantil cuando ella estudiaba, porque se había dado cuenta tiempo atrás que sus alumnos estaban totalmente absorbidos por las nuevas tecnologías. Por ejemplo, ella quería hacerles ver lo que suponía levantarse y ponerse frente a la clase, en la pizarra, para resolver un ejercicio, porque en el año 2030 todo había evolucionado tanto que las mesas eran tableros en los que los alumnos escribían las respuestas a las preguntas que les hacía el profesor y estas se proyectaban en la pared.
            Para este reto, Begoña tuvo que trabajar muchísimo, porque no era fácil en aquellos tiempos encontrar mesas, sillas, pizarras o libros de los de antaño. Por ello, la profesora tuvo que acudir a un rastro de antigüedades y comprar una pizarra por 30 euros con la finalidad de llevarla al aula y después a su casa, donde se imaginaría, tras verla allí colgada, que estaba dando clase a alumnos menos dependientes de las nuevas tecnologías. Además, esta había tenido que coger de su biblioteca personal muchos libros de todas las edades para llevarlas al centro educativo con la ayuda de su marido.
            Tras decorar la clase como una clase del año 2005 aproximadamente, que es la fecha en la que ella estudiaba en el instituto, se quedó admirada y muchos recuerdos de su vida estudiantil le vinieron a la mente, pero estos pensamientos se vieron interrumpidos por un pelotón de alumnos que, al entrar en clase, se quedaron mudos de la impresión.
            Una vez que hubieron recuperado el habla Begoña les animó a entrar en ella y les dijo de qué iba a tratar la clase de hoy: iban a dar clase a la antigua usanza, sin utilizar tablets en las que coger apuntes, ni mesas en las que se proyectasen las soluciones de los ejercicios en la pizarra ni libros electrónicos con conexión a Internet en todo momento.
            Los alumnos mostraron interés en general, aunque siempre hay algunas excepciones que no estuvieron de acuerdo. La clase comenzó y ella animó a sus alumnos para que saliesen a la pizarra a analizar sintácticamente las oraciones que tenían de deberes y, como nadie quería porque era una experiencia totalmente nueva para ellos, tuvo que exigirle a la alumna más extrovertida de toda la clase que saliese al encerado -esta palabra la desconocían totalmente-. Según su criterio, esta actividad fue bien a causa de que consiguió que al menos esta alumna perdiese el miedo a hablar en público -esta actividad la propuso a causa de que consideraba que las nuevas tecnologías nos hacen ser cada vez más introvertidos, porque sólo sabemos comunicarnos a través del teléfono móvil, los ordenadores o los relojes digitales…la conversación cara a cara se había perdido hacia el año 2017 lamentablemente-.

            Finalmente, Begoña les repartió un libro para cada uno de sus alumnos con la finalidad de que experimentasen la sensación que sentía ella cuando era adolescente y abría por primera vez un libro de papel después de haber conseguido que sus padres le diesen dinero para comprarse otro más a pesar de que "ya tenía muchos y dentro de poco no tendrían sitio donde ponerlos", como solían decir sus padres. Entonces les comenzó a contar cuál fue su experiencia durante su adolescencia: le encantaba el olor a libro nuevo, le encantaba ahorrar dinero para comprarse un libro nuevo a pesar de que sus padres le decían que no había más sitio en casa para ponerlos y que pronto tendría que marcharse de su habitación para poner estanterías y convertirla en una biblioteca… Pero, lamentablemente, sus alumnos no la entendían en absoluto porque, por ejemplo, no comprendían que para seguir avanzando en la lectura tuviesen que girar la página y no apretarle a un botón. Al vivir esta situación, Begoña se disgustó y cayó en la cuenta de que las nuevas tecnologías habían provocado que los alumnos se convirtiesen en zombis totalmente dependientes de pantallitas portátiles y que ella sola no podría luchar contra la corriente. Por ello, decidió que su proyecto finalizaba ahí y que, a partir de ese momento, sus clases volverían a ser tradicionales: los alumnos seguirían leyendo en sus libros electrónicos y seguirían sin saber comunicarse cara a cara con el mundo que les rodea, porque todo lo ven y lo viven a través de una pantalla.

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