Hoy, sentada en mi butaca roja, observando a mis jóvenes alumnos disfrutar con la lectura, ayudando a los compañeros con más dificultades, o teniendo sesiones de realidad virtual, entran a mi memoria numerosos recuerdos de cuando finalicé el máster.
Recuerdo que ese año estuvo especialmente marcado por los grandes recortes en educación que hubo en el país. La entrada inminente de la LOMCE provocó numerosas huelgas en un momento de constante incertidumbre. Afortunadamente, este negro panorama cambio gracias a las protestas de la sociedad.
Una vez que decidimos imitar los mejores modelos de educación pública. El gobierno vencedor seleccionó una serie de docentes que tuvimos la oportunidad de trabajar mano a mano para la mejora de este gran derecho. Lo primero a lo que nos dedicamos fue a tratar de innovar en el campo educativo. Las pizzarras digitales, los nuevos recursos, los cursos de innovación para el profesorado y la opinión de gran parte de los alumnos de los institutos públicos fueron algunas de las medidas que llevamos a cabo.
Recuerdo como si fuera ayer cómo plantamos la semilla de la nueva concepción de la educación. Una vez que llegaron las herramientas de realidad virtual, el equipo docente tuvo mucho trabajo. En nuestro departamento por ejemplo, tuvimos que hacer que los personajes literarios, o sus autores, nos contaran la realidad de su época y preguntaran cosas al alumno. La primera vez que escuché el relato de su propia muerte de mi autor favorito (García Lorca) se me pusieron los pelos de punta. Fue un año de duro trabajo, pero ahora las lecciones de literatura resultan mucho más interesantes.
Hemmos llegado a ser una de las potencias que goza con uno de los sistemas de derechos públicos mejores del mundo. Cada vez que un estudiante me pide que le recomiende un nuevo libro, siento que todo ese trabajo ha merecido la pena.
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